En los últimos años, hemos sido testigos de cómo el famoso término “red flags” ha inundado las redes sociales. ¿Qué significa este concepto tan novedoso y recurrente? Su traducción literal es “banderas rojas”, las cuales en nuestra sociedad se utilizan como señales de alarma (por ejemplo, las banderas rojas de las playas). Incidiendo en el término “red flags”, la atención se centra en las relaciones, es decir, son señales que nos avisan de actitudes o comportamientos nocivos que pueden estar ocultos.
Estos comportamientos encubiertos tienen además el potencial de causar daño emocional a los demás e, incluso, deteriorar la calidad de la relación existente. Cabe la posibilidad de que estas conductas o actitudes se intensifiquen y puedan derivar en una dinámica relacional conocida como “tóxica”.
Si pensamos en estas red flags, habitualmente las vincularemos a las relaciones de pareja ya que en este ámbito hay un constante bombardeo de información. Esto provoca que, aunque aprendamos a detectarlas para esquivar sus perjudiciales consecuencias, quizá se nos olvide que pueden aparecer también en los vínculos familiares y de amistad. Además, esto podría sonar atípico ya que la sociedad nos ha enseñado que los amigos y, especialmente, la familia son relaciones que debemos mantener a toda costa, llegando a tolerar conductas dañinas.
Está tan arraigado a nuestra cultura que contamos con refranes que perpetúan la idea, como el dicho “madre no hay más que una y a ti te encontré en la calle”. Esto nos transmite la idea de amor incondicional e innato, sugiriendo que un hijo o hija no tiene justificación válida para romper ese lazo paternofilial, independientemente del comportamiento de sus familiares. En lo que a amistad compete, se otorga un gran valor a las relaciones consolidadas, conocidas comúnmente como “amigos de toda la vida”. Esto genera las mismas consecuencias que en los vínculos familiares, dando la sensación de mantenerlas por obligación.
Después de abordar la presencia de estas señales de alerta y destacar la importancia de reconocerlas para prevenirlas, presentamos algunos ejemplos que pueden facilitar su detección:
– Falta de apoyo emocional, por ejemplo, ausencia de empatía y/o apoyo unilateral, es decir, preocuparse por cómo se siente el otro y que este no lo haga por nosotros.
– Competitividad destructiva: actitudes envidiosas y/o resentimientos.
– Falta de comunicación ante temas incómodos o problemas relacionales.
– Desconfianza o mentiras.
– No asumir la responsabilidad de los actos, evitando disculparse y/o sincerarse.
– Juicio o crítica destructiva, que puede socavar la propia autoestima.
– Falta de límites o transgredir los mismos.
– Control excesivo de las decisiones o acciones por parte del otro hacia uno mismo.
– Falta de respeto y apoyo, comprendido como desprecio de opiniones o elecciones.
– Manipulación emocional.
Es crucial identificar estas señales, pero carece de sentido si desconocemos la forma de abordarlas. Por tanto, también proporcionamos algunas estrategias para ello:
– Comunicación honesta: expresa tus pensamientos o emociones con respeto y escucha activamente a la otra persona.
– Reconocer y establecer límites: hazlo de forma empática y respetuosa, pero firme, comunicando las actitudes o comportamientos que puedan generar malestar.
– Trabajar la asertividad: aprende a decir “no” ante peticiones o demandas.
– Fomentar y cuidar las relaciones saludables.
– Autocuidado: protégete frente a vínculos dañinos ante los cuales no puedas intervenir.
– Autoevaluación: considera la existencia de comportamientos propios dañinos hacia los demás, reconócelos y modifícalos.
– Es importante valorar la posibilidad de que estos comportamientos puedan ser causados por otros o por nosotros mismos. Las relaciones de amistad y de familia son vínculos muy presentes e importantes en nuestro día a día. Por ello, es vital aprender a gestionarlas de forma adecuada para así disfrutar plenamente de las vivencias y aprendizajes positivos que puedan aportarnos.
Esperamos haber contribuido a vuestro crecimiento personal y a la construcción de lazos afectivos más saludables.
Psicólogas: Ana Ruiz y Sara López.
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