Día de muertos:

Gabriela PiedimonteBlogDéjanos un Comentario

Propuesta para un reencuentro emocional en el recuerdo con las personas queridas que han fallecido.

Este artículo se publica con motivo del día de Muertos, festividad que se ha celebrado principalmente en Méjico y en otros países latinoamericanos, día en el que se honra a los muertos. Esta celebración surge de la mezcla de costumbres católicas y de diversos pueblos indígenas de Méjico. En la visión de varios de estos pueblos, el día de Muertos es el momento en el que las almas de los antepasados realizan el tránsito de vuelta con los mortales para convivir con los familiares y compartir aquello que se ofrece en los altares.

Una de las características de lo humano tiene que ver con la conciencia de que existimos, así como la conciencia de la universalidad e irreversibilidad de la muerte (propia y de los demás seres humanos). Se han cultivado, desde tiempos arcaicos, maneras de atravesar el tránsito entre la vida y la muerte, personal o de seres queridos, en los que cabe que permanezca una parte no física de la existencia (el alma o el espíritu, que desde una visión psicologista, podríamos pensarlo como permanencia en la mente; por ejemplo, en el recuerdo, de una persona querida). Este deseo de permanencia puede que sea una respuesta al dolor y miedo que nos genera la muerte.

Las religiones y, en nuestra sociedad, la religión cristiana católica, con sus creencias acerca de la transcendencia del alma a la muerte, han sido un apoyo a la hora de transitar, de dolerse en la muerte de seres cercanos o de temer la muerte propia.

Ante el inmenso progreso de la ciencia y la técnica, actualmente la sociedad asume creencias que están apoyadas por postulados materialistas, así como cuestiona creencias que imaginen la transcendencia del espíritu una vez la carne muera.

Al dominio de la naturaleza que ha facilitado el conocimiento técnico, se ha sumado la idea loca que va más allá de la ciencia: “si quieres, puedes”, no hay límites en el deseo.

El ideal de felicidad aparece asociado al éxito, la juventud eterna y la sonrisa inmortal. La persecución de estos ideales excluye sus polos negados. Entre otros: el fracaso, la vejez y las emociones “negativas” asociadas al sufrimiento, como la rabia, la tristeza, la culpa o la envidia, connaturales a la vida y, a su vez, a un proceso de duelo.

Se ha instalado el culto a una vida que promueve la juventud física, la inmortalidad (como nos planteaba Oscar Wilde en El retrato de Dorian Grey) y que va apartando, excluyendo, aspectos naturales de la vida como la vejez, la enfermedad y la muerte. Ejemplos de esta exclusión son la progresiva soledad social a la que se van enfrentando las personas mayores, o la aparición de los tanatorios como lugares profesionalizados y fuera de la comunidad en los que guardar el velatorio. Entre ejemplos del culto a la juventud están las operaciones de estética, las dietas nutricionales o el ejercicio excesivo de deporte, que, en ocasiones, persiguen mantener el cuerpo como si tuviéramos 20 años.

Estamos ante una sociedad tanatofóbica, es decir, ante una sociedad que teme a la muerte y que mantiene este miedo excluyendo, negando, lo que se parece a esta. Participamos de este tabú socialmente desde la infancia. Ocultamos a los niños la enfermedad, las separaciones y la muerte, impidiendo que los hijos participen en las despedidas y experimenten las emociones negativas.

También participamos, en ocasiones, en la dificultad de expresar emociones que sentimos como negativas durante el duelo. Es como si nos asustase observar el dolor en el otro. Por estos y otros motivos, se observa en la clínica cómo quedan negados y/o bloqueados aspectos emocionales del dolor por la muerte de un ser querido; o encapsulados y llevados en soledad.

No es cuestión de forzar la descarga emocional de quien se está doliendo, si no de legitimar y, si se quiere, acompañar lo que haya.

En esta sociedad puede que sea difícil abrir un lugar para el recuerdo de las personas queridas que han muerto, con lo que emocionalmente traiga, validando lo que implica evocarlas en nuestra mente y cuerpo.

Cabe una concepción psicológica de este día de muertos. No sé si el espíritu de los seres queridos transciende la muerte, pero sí que pervive en el recuerdo. Considero un riesgo la negación emocional de la vinculación, que dificulta la reconexión y expresión emocional del hueco, el vacío, la ausencia que quedó tras la muerte.

Podéis generar un lugar, unos objetos que os faciliten el reencuentro en la mente, cuando queráis, con la persona que murió. Puede ser visitando el cementerio, yendo a un sitio que asociéis a esta persona o abriendo un álbum de fotos.

Os planteo una dinámica que considero que facilita la reconexión emocional con la persona fallecida:

Cread un baúl de los recuerdos. Coged una caja o baúl donde guardar los objetos que vais a meter. Seleccionad objetos que asociéis con el fallecido (y que quepan en la caja). Con cada objeto, escribid algo en relación a él, como el motivo por el que lo elegís o los recuerdos que os vienen asociados.

Que este baúl pueda ser un lugar al que acudir y acceder cuando consideréis necesario.

La propuesta puede ser adaptable a como queráis hacerla. Que no sea una exigencia, ya que obligaros a recordar puede llevar a círculos culposos que os generen más daño. Es una invitación a la reconexión emocional. Podéis hacerla en compañía si así deseáis. Uno de los factores que, en general, más ayudan a transitar los duelos es percibir el apoyo de otro, en la intimidad o en lo grupal.

Y, tal vez, a cada visita, podáis ofrecer algo que queráis entregar, simbólicamente, a la persona fallecida. Puede ser una carta expresando lo que queráis decirle, una canción, etc. Nadie mejor que vosotros para saber lo que necesitáis expresar para el reencuentro en el recuerdo.

PD: Dejo aquí el link de dos canciones conocidas que expresan este reencuentro.

We´ll meet again

Tears in Heaven

Bibliografía:

Han, B. (2016) La sociedad del cansancio. Ed. Herder

Nevado, M. y González, J. (2020) El duelo. Crecer en la pérdida. Ed. RBA.

Javier Pozuelo

Psicólogos clínico en Psicólogos Retiro

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