Hoy hacemos referencia a un término que puede ayudarnos a entender la forma que tienen los más pequeños –y no tan pequeños-, de expresar su mundo afectivo y psicológico, cuando no tienen la capacidad de hacerlo mediante la expresión verbal.
Cuando el cuerpo encuentra la forma de expresar el malestar emocional convirtiéndolo en un síntoma físico, estamos ante lo que se conoce como somatización. Es un mecanismo de defensa que ocurre de forma involuntaria, creando una serie de síntomas físicos a los que no siempre se les puede atribuir una causa orgánica determinada. Igualmente, puede ocurrir que los síntomas físicos tengan un origen orgánico, pero que se vean agravados o mantenidos en el tiempo debido a causas psicológicas.
Cuando nuestro hijo presenta una dolencia física, es común recurrir en primer lugar a consultas médicas y servicios de pediatría –y siempre debe ser de esta forma-, al no considerarse la necesidad de otro tipo de valoración dada la naturaleza de sus quejas. Así, el componente psicológico no es siempre evidente, pero en determinados casos será un factor importante de cara a clarificar qué puede estar pasando.
Es frecuente que los niños, especialmente los más pequeños, presenten este tipo de sintomatología, debido a las dificultades que pueden tener a la hora de identificar, expresar o verbalizar de otra forma cómo se están sintiendo. No solo manifestarán una serie de quejas físicas, sino que se pueden apreciar cambios en su funcionamiento habitual especialmente en relación a la alimentación o el sueño.
Hasta cierto punto, es normal que esto ocurra, teniendo en cuenta el momento evolutivo y de desarrollo del niño que, dada la inmadurez cognitiva y/o verbal propia de cada edad, tendrán mayor predisposición a expresar sus sentimientos de formas alternativas. De este modo, y de manera inconsciente, el niño compensa su dificultad para comunicar cómo se siente. Ante la presencia de estas señales, debemos estar atentos a qué necesidades pueden estar detrás para poder cubrirlas de forma adecuada.
Las consecuencias que tiene una condición física sobre un niño o un adolescente son muchas, desde múltiples visitas y pruebas médicas, hasta absentismo escolar. Todas ellas pueden causar un deterioro importante en la calidad de vida del niño.
¿Qué tipo de síntomas físicos pueden aparecer? Cada caso debe ser valorado de forma individual, si bien, es común la presencia de migrañas o dolores de cabeza, tics, síntomas dermatológicos, alergias, cansancio o complicaciones digestivas y dolores abdominales.
¿Cuál puede ser la causa detrás de una dolencia física? Los factores psicológicos involucrados son, con mayor prevalencia, el estrés y la ansiedad. Si bien, puede deberse a factores genéticos o familiares, al manejo en la interacción y las relaciones, al estilo de afrontamiento que tenga el niño… y pueden verse potenciados por cambios en su vida o la presencia de eventos estresantes. Igualmente, no podemos olvidar la capacidad de regulación emocional. Ante la sospecha, puedes preguntarte ¿esta condición física aparece en unos contextos y en otros no?, ¿se han dado cambios importantes en la vida de mi hijo?, ¿se reducen los síntomas en épocas de menor estrés, como las vacaciones?…
¿Cómo puedo ayudar a mi hijo? Es importante hacer hincapié en la necesidad de acudir a un médico que pueda valorar las posibles causas orgánicas. Si sospechas que pueden estar implicados otros factores, es recomendable una valoración psicológica que plantee la posibilidad de intervenir con el niño y con su entorno, evaluando su situación emocional y los eventos que pueden estar generando altos niveles de ansiedad, preocupación, miedo o malestar. En esta línea, los objetivos irán encaminados a detectar aquello que esté alterando el bienestar del niño, y abordar el posible deterioro que esté causando en los diferentes contextos de su vida.
Belén del Río
Psicóloga Sanitaria en Psicólogos Retiro (M-34984)