Laboroadicción, cuando nos enganchamos al trabajo.

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A lo largo de nuestras vidas diferenciamos espacios que cobran especial importancia para nuestro bienestar y equilibrio. Hay muchas formas de jerarquizar su relevancia en nuestro día a día y una de ellas es medir el tiempo que invertimos. Por ejemplo, en España el tiempo medio que pasamos durmiendo son 7,2 horas diarias. Esto hace que dormir (y soñar) sea algo de suma importancia que a veces pasa desapercibido. Lo mismo ocurre con el tiempo que pasamos con nuestras relaciones significativas (familia, pareja, mascotas, amistades…) e incluso el tiempo que disfrutamos en soledad.

Pero… ¿qué hay del trabajo? Además de cubrir la necesidad de tener una fuente de ingresos para subsistir a cambio de nuestro tiempo, la actividad laboral resulta un elemento determinante en la salud mental: estructura los tiempos, a veces permite el desarrollo personal y la expresión creativa, supone una fuente de experiencias sociales y otorga un sentido de utilidad. La otra cara de la moneda es que la sociedad de consumo que estamos construyendo prima el sacrificio de los espacios de ocio y cuidados: Si nos comparamos con el resto de Europa, España es uno de los países donde más horas se trabajan: una media de 37,7 horas a la semana en comparación con Países Bajos donde la media se sitúa en 30,03. Además, no basta con contabilizar horas netas de trabajo, sino que resulta importante pensar en aquellos turnos partidos y otros horarios que imposibilitan la conciliación.

Cuando hablamos de adicciones rápidamente pensamos en drogas, pero los últimos años nos muestran que no solo generamos dependencia y adicción a sustancias. También pueden ser objeto de enganche y con consecuencias igualmente dañinas el juego, las nuevas tecnologías, las compras, el sexo, la comida, el ejercicio físico, el teléfono… Prácticamente todas las conductas habituales y placenteras son en potencia objeto de adicción si se presentan síntomas como la pérdida de control, el mantenimiento de la actividad a pesar de las consecuencias negativas, presencia de pensamientos obsesivos relacionados con la actividad, su desempeño para suplir carencias o el desasosiego fruto de la abstinencia en caso de no poder llevarla a cabo, etc.

Quizás una de las grandes diferencias que encontramos en la adicción al trabajo es que el resto de adicciones suponen una merma en el estátus social. En el imaginario colectivo una persona que antepone, por ejemplo, el juego y las apuestas a sus relaciones familiares rápidamente es leída como alguien que tiene un problema. No obtiene ningún beneficio directo de su adicción. Sin embargo, cuando alguien antepone su trabajo a todo lo demás, con la misma rapidez se ensalza su capacidad de sacrificio, desempeño, compromiso y productividad. Además de todos los fenómenos asociados a la adicción, encontramos un potente refuerzo del medio, haciendo aún más difícil siquiera identificar el problema.

Existen por otro lado algunos factores de personalidad que nos pueden servir de alerta para identificar este tipo adicción:

  • Interés excesivo por conseguir objetivos.
  • Deseo de competir.
  • Necesidad de reconocimiento social.
  • Propensión a acelerar la ejecución de cualquier tarea.
  • Estado constante de alerta física y mental.
  • Implicación en múltiples actividades a plazo fijo.

Porter (1996) resume y diferencia los hábitos sanos de la adicción en la siguiente tabla:

Es muy importante recalcar que cuando hablamos de una esfera de nuestra vida, lo que hagamos en ella tiene repercusiones en las demás. Estas actitudes extremadamente perfeccionistas, centradas en los méritos y la competición se expanden también a los espacios de ocio donde lo que se busca es relajación y disfrute. Muchas veces conseguir desconectar resulta imposible porque rápidamente una actividad lúdica se ve inundada por todo ese ambiente laboral. Para más inri, cuando se consigue desconectar, se vive con sentimiento de culpa por creer que se está haciendo algo mal.

En el aspecto social, es común encontrar que no hay además actividades placenteras extralaborales, lo cual retroalimenta la tendencia a no salir de esta esfera; se cultivan amistades exclusivamente dentro de ese entorno y a menudo terminan fundiéndose con relaciones jerarquizadas que excluyen la intimidad personal que buscamos compartir en un principio.

Resulta urgente que podamos reflexionar individual y colectivamente acerca de qué tipo de vidas queremos tener y qué relaciones queremos construir. Para conseguirlo, el primer paso es poner nombre a las cosas.

Fuente: http://www.aepcp.net/arc/1998_V3_N2_pp.103-120.pdf
Jacobo Blanco Rojo.
Psicólogo en Nara Psicología.