El duelo es un proceso que experimentamos cuando se produce una pérdida y, si bien es cierto que popularmente se asocia a pérdidas relacionadas con el fallecimiento de seres queridos, también existen otro tipo de pérdidas que desencadenan procesos de duelo: como la pérdida de un trabajo, la salud, la juventud, etc.
Uno de los duelos más destacados y que más nos hacen sufrir son los producidos por las rupturas de pareja. Tal y como ocurre cuando perdemos a un ser querido, cuando se rompe una relación de pareja es habitual que pasemos por una serie de fases (más o menos largas) hasta que asimilamos y aceptamos esta nueva situación. No obstante, estas etapas son vividas de una forma muy individual y cada persona puede experimentarlas de manera diferente atendiendo a sus características personales, así como a los factores contextuales de la relación que se establecía con la otra persona. En este sentido, algunos factores que pueden repercutir en el proceso del duelo y en la manera de experimentar sus fases tienen que ver con quién finaliza la relación (no es lo mismo “dejar” que “ser dejado”), impacto vital (si hay hijos o no, situación económica, si se posee una red de apoyo y amistades individuales o si por el contrario sólo se cuenta con las amistades de la otra parte…), motivo de la ruptura (se vive de manera diferente cuando el motivo de la ruptura es porque las discusiones son muy frecuentes, porque los miembros de la pareja ya no sienten afecto por el otro, porque aparezca una tercera persona o se descubra una infidelidad), la forma en que finaliza la relación (si se habla de manera conjunta y hay un acuerdo donde ambos miembros de la pareja están de acuerdo, si no hay oportunidad de diálogo ni de explicaciones, si la ruptura se debe a una discusión/pelea, etc), características personales (el duelo se vive de manera distinta si es la primera ruptura o la tercera, la etapa vital en la que se encuentre la persona (no es lo mismo si es a los 20 o a los 50 años), si la persona tiene una vida laboral o no, si tiene una red de apoyo, ocio o no, etc) las características de la propia relación (si había convivencia o no, años de relación, qué aportaba esa relación a cada miembro…), y finalmente, una vez se produce la ruptura cómo se comporta la expareja (si llama constantemente, si se muda a otra ciudad, etc)
En función de estos factores, aparecerán una serie de fases que, por lo general, tienden a sucederse de la siguiente manera:
Fase 1. Negación: A pesar de que no hay un tiempo estipulado para esta fase, su duración habitual suele abarcar los primeros días en los que se presenta la ruptura o incluso las primeras semanas. Esta fase hace referencia a el choque emocional o shock que desencadena la noticia de la ruptura, donde se tiende a activar el mecanismo de defensa que nos lleva a no creer lo que está ocurriendo porque el impacto emocional es tan elevado que no podemos enfrentarnos a esa realidad todavía.
Fase 2. Insensibilidad: Tras la fase de negación, en ocasiones aparece una fase donde la persona manifiesta que no siente nada. Pueden hablar de la ruptura sin conectarse emocionalmente con las emociones, describiendo los hechos pasados, presentes e incluso futuros sin mostrar ningún tipo de emotividad. En algunas ocasiones, la misma persona que se encuentra en esta fase es consciente de que es “extraño” encontrase así, atribuyendo este estado a considerar que realmente no querían a su pareja/no estaban enamorados/as o, sencillamente, que han aceptado la nueva situación.
Fase 3. Tristeza: En esta fase se empieza a asimilar el shock emocional, pues ahora es posible enfrentarse a la realidad y creerse que la relación se ha terminado. Es la fase más destacada del duelo, pues es el momento en el que la persona conecta con el sufrimiento, el dolor y la tristeza. Por muy difícil que resulte sortear esta fase, es necesaria, sana y permite que la persona pueda hacer su proceso de duelo con normalidad. Pues la tristeza, aunque no nos guste sentirla, es una emoción que nos invita a parar, pensar, reflexionar y conectar con la pérdida.
Fase 4. Miedo/angustia/culpa: Tras la fase de la tristeza o simultáneamente a ella, se cruzan otras emociones que también suelen estar presentes dentro del proceso del duelo.
- La angustia: relacionada con la ansiedad que genera tramitar una separación por la vía legal, cuando hay asuntos que resolver con respecto a los hijos, cuando deben negociar ciertos bienes comunes, el acceder a información de la expareja (saber que está con otra persona (sobre todo en los casos de infidelidad), que sale y continúa su vida con normalidad, etc)
- El miedo: a afrontar una vida nueva, al futuro sin pareja, a lo desconocido después de tanto tiempo en una relación donde todo era compartido, etc.
- La Culpa: sobre todo aparece cuando quien decide la ruptura de la pareja es el otro. Comienzan los pensamientos relacionados con “¿Y si hubiera dicho/no dicho/hecho…?
Fase 5. Enfado: En esta fase emergen los sentimientos de rabia, injusticia y ataque, sobre todo cuando es la otra persona quien rompe con la relación y también cuando ha habido una infidelidad. Comienzan a ponerse sobre la balanza los esfuerzos y sacrificios personales en la relación y la falta de reciprocidad por parte de la persona que “abandona” o plantea la ruptura. El enfado tiene una importante utilidad: sacarnos de la tristeza y tomar un poco de distancia con respecto al sentimiento de tristeza y pena, permitiéndonos volver a ponernos en marcha como un mecanismo activador para continuar las siguientes fases del duelo. Es importante tener en cuenta en esta fase que no se debe recurrir a los hijos como “moneda de cambio” o “sistema de venganza” con el cual canalizar el enfado.
Fase 6. Descontrol, necesidad de salir, etc: En esta fase comienza la necesidad de hacer nuevas actividades, planes, conocer gente, salir, necesidad de verse mejor (a veces aparecen cambios de imagen), comienzan a sentirse más ilusionados/as, etc.
Fase 7. Nostalgia: Aunque esta fase se asemeja a la fase de la tristeza, realmente las emociones no suelen inundar a la persona con la misma intensidad. La emoción predominante es la nostalgia, pues se tiende a recordar la vida en pareja, los buenos tiempos, el compartir con otra persona etc. Se produce cierto desasosiego, introspección, dudas, melancolía, etc. Es el momento del balance con respecto a la relación, teniendo en cuenta los aspectos tanto negativos como positivos.
Fase 8. Serenidad, necesidad de estar mejor: Cuando la persona comienza nuevamente a realizar sus rutinas, establecer o retomar contactos sociales, y aparece una necesidad importante de “estar bien” ya que se sienten cansadas del dolor. Comienza la fase más evidente de la aceptación de la ruptura, se ven más fuertes y capaces de continuar su propio camino y ya no existe la opción de volver con la expareja. Aparece un estado de ánimo más positivo, se sienten más capaces y dejan de experimentar emociones negativas tan intensas. El proceso del duelo se puede dar por concluido en esta fase.
Tal y como se ha señalado anteriormente, las fases del duelo no tienen que seguir necesariamente el orden descrito ni tampoco tienen que darse cada una de todas las fases. Sin embargo, lo que sí resulta ineludible, es asumir la importancia de permitirlo el duelo pues aunque nadie quiere sufrir, se trata de un proceso natural que debemos respetar para poder continuar nuestro camino y no quedarnos enquistados/as en el rencor, la pérdida o el pasado. Sin embargo, los/las profesionales de la salud mental sabemos que no se trata de un proceso fácil. Cuando éste nos supera o llevamos mucho tiempo estancados/as en alguna de las fases señaladas, es aconsejable consultar con un psicólogo/a con el fin de acompañar el proceso, facilitarlo, permitirlo y prevenir su enquistamiento con el fin de retomar nuestras vidas de la manera más sana, enriquecedora y plena posible.