La culpa: ¿Por qué tengo sentimientos de culpa? ¿Por qué me siento tan mal? ¿Es normal?

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La culpa como cualquier otra emoción desempeña un papel adaptativo en el ser humano. Toda emoción tiene una función dado que existen para darnos un mensaje de situaciones que ocurren a nuestro alrededor o en nuestro interior, para que podamos afrontar las situaciones o tomar medidas ante actos que pueden dañarnos.  La emoción de la culpa tiene por objetivo regular la conducta social indeseable y promover el autocontrol, así como motivar a la persona a reparar el daño causado a otras personas. Sin embargo, hay que hacer una distinción entre lo que es una emoción de culpa normal y cuándo comienza a ser desadaptativa.

Para poder entender mejor dicho concepto vamos a poner el ejemplo de la emoción de miedo, esta aparece para darnos el mensaje de que estamos percibiendo un peligro y se activa con el fin de mejorar nuestro rendimiento ante una tarea que exige un cuidado especial, nos pone en alerta para evitarnos peligros. Por otro lado, la tristeza, por ejemplo, surge cuándo experimentamos algún tipo de pérdida afectiva, lo que facilita la compasión y el apoyo de las personas que nos rodean. La función de la culpa, cómo ya hemos dicho, no es otra que permitirnos reconocer algo que hemos podido hacer mal y facilita el intento de reparar dicho daño.

El problema ocurre cuándo estas emociones que en principio existen para ayudarnos y mejorar o regular nuestro bienestar personal se viven con excesiva frecuencia, mayor intensidad o duración, convirtiéndose en conductas patológicas que interfieren en la vida cotidiana de las personas que las padecen. Hay que resaltar que una persona puede sentirse culpable cuándo piensa que ha hecho algo mal, sin embargo, también puede ocurrir que sea otra la que le haga sentir así, cómo forma de chantaje emocional, por no seguir unas normas sociales o morales subjetivas o bien, por no acceder a sus deseos. Frases como “Pensaba que eras de otra forma”, “¡Cómo puedes ser tan egoísta!”, no te importo nada”, etc., son muy generalistas y crean mucho malestar, ya que la otra persona se siente culpable pero no sabe cómo poder remediar su error, por lo que lo único que se consigue es un sentimiento artificial de culpa para conseguir su sumisión.  

Las conductas que generan este sentimiento pueden ser muy variadas, desde cosas externas como el trabajo o internas por pensar que puedo ser un mal padre. Sin embargo, también es muy frecuente que sean hechos del pasado, sobre los que ya no tenemos ningún control.

Los elementos principales de los que consta son (Pérez Domínguez, Martín-Santos, Bulbena y Berrios, 2000):

  1. El acto realizado, que puede ser real o imaginario.
  2. La percepción y autovaloración negativa de tal acto por nuestra parte (mala conciencia).
  3. La emoción negativa que deriva de la culpa (el remordimiento). Este remordimiento puede manifestarse a su vez de tres formas:
    1. Por vergüenza, que sucede cuándo nos arrepentimos por haber transgredido uno de sus principios éticos.
    1. Por error, cuándo nos equivocamos respecto a la adecuación de lo que hacía.
    1. O, por deficiencia, cuándo tenemos la sensación de que no hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos.

Por último, hay que hablar de cuándo un sentimiento de culpa comienza a ser desadaptativo. Esto ocurre cuando aparece ante conductas realizadas por nosotros que van más allá de nuestro control, siendo muy destructiva, ya que nos sentimos muy culpables si haber hecho algo objetivamente malo o incluso, sin saber por qué. De esta forma funciona como un autocastigo por los errores cometidos, muchas veces en el pasado, y que no podemos remediar.

El viernes os dejaremos un vídeo con pautas para el afrontamiento y gestión de estos sentimientos de culpa. Esperamos que haya sido de vuestro interés y no dejéis de seguirnos en nuestro blog o a través de nuestras redes sociales:

Noemí Gutiérrez Serrano (Nº col.: M.26735)

Psicóloga con especialidad en salud y clínica.